domingo

Conventillos

Ciudad fuma y quiere morirse,
desde que Dios se subió a los andamios
de una obra en construcción
y se fue golpeando las puertas,
decepcionado de la miseria que Ciudad
dejaba caer sobre el mendigo
viejo, el de los zoquetes que se surcían
solos, hermano de Dios e hijo
de las primas feas de Ciudad, las Villas.

Ciudad manda a pintar grafittis
en las puertas de las catedrales
y grita que odia los monopolios
de la eternidad, que a ella nadie la deja.
Las Villas cantan casi tanto como lloran,
con niños prendidos de las tetas
flacas, con carros sombríos llevados por
los hijos menores del mendigo,
con las tibias prostitutas que son
hijas bastardas de Ciudad, semi-diosas
de la calle y la miseria sin amor.

Dios se viste de vieja y se pone
las mañanitas para salir con su chango
a juntar pobres, a juntar tristes,
y se los arranca de las manos a Ciudad,
que resiste pero luego se olvida
y corre a ajustar los focos en su cabello
lacio y rígido como los edificios.
Las Villas le gritan barbaridades
desde los andamios que Dios les presta
para los carnavales, y ella teme
que la dejen sola entre sus luces.

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